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viernes, 23 de septiembre de 2011

Acoso en las Escuelas ¿Cómo se Mata el Virus?

¿Por qué Jacinta puede ser intimidada y perseguida durante meses por algunos de sus compañeros de clase, recibiendo de manera constante insultos, humillaciones, amenazas y exclusiones de toda índole, sin que ningún profesor lo note? La respuesta es simple y dura: a nadie le importa. No se trata de un problema de maestros distraídos, insensibles o irresponsables, es el propio sistema escolar el que está diseñado para que la atención de toda la organización esté puesta en una sola cosa: la instrucción. Los pedagogos alemanes del siglo XVIII escribieron que el orden y la disciplina no era consecuencia sino premisa de la educación, es decir, no era resultado de la labor educadora de las escuelas, sino más bien una condición previa indispensable para que esta pueda tener lugar. Por eso aconsejaban reprimir con dureza cualquier brote de desorden u oposición, pues no era función de la escuela sino de la familia educar el comportamiento.

Dos siglos después esta idea conserva tanta vigencia, que se sigue considerando natural que el profesor no se haga cargo, sino que derive a un tutor o a un psicólogo cualquier caso que interfiera la clase y no tenga que ver estrictamente con el contenido de la enseñanza. Es por eso que problemas como los de Jacinta, que se repiten con otros niños de esa misma escuela, no son un problema para el docente ni para la institución educativa, a menos que la sangre llegue al río. Si el acoso deriva en violencia explícita y los hechos salen a la luz, recién entonces la intervención se produce. Y por lo general, se busca resolverla por la vía del escarmiento y el aumento o endurecimiento de los controles.

Que alumnas como Jacinta sean mortificadas por años por grupos que tienen la fuerza necesaria para ejercer dominio sobre ellas, sin denunciar el hecho, se debe a que el miedo o la vergüenza son más grandes que su confianza. Lo que dice la experiencia, además, es que estos hechos, cuando llegan a descubrirse, suelen ocultarse y negarse para evitar escándalos, cuando no derivan en la inculpación de las propias víctimas, lo que despeja el camino para su separación del centro educativo. Luego todo vuelve a la normalidad. Hasta el siguiente caso que se logre hacer público.

Tanto el acoso o Bullying, como los conflictos y rivalidades recurrentes entre alumnos o grupos al interior de la escuela, el pandillaje y hasta el abuso sexual en sus distintas manifestaciones, más allá de la importancia que tienen por sí mismos y la necesidad de darles respuestas efectivas, son sólo síntomas de un problema mayor: una convivencia escolar basada en la imposición y el dominio de unos sobre otros, donde el vínculo entre las personas está prácticamente roto.

La convivencia escolar descansa en el anonimato de los estudiantes. Allí todos son nadie, salvo que sean familiares de alguna autoridad. Descansa también en la discriminación y los privilegios. Cualquier diferencia es un buen motivo para excluir, por ejemplo, para enviar a algunos alumnos al fondo del salón o a las secciones B, C y D, cuando no para ignorar sus preguntas o burlarse de sus opiniones. Es una convivencia basada también en el maltrato, es decir, en el desaire, la brusquedad, la amenaza, el insulto o el sarcasmo constante. Una convivencia donde el castigo físico existe a través de formas tan rutinarias que ya nadie las percibe como agresión. Así, los estudiantes pueden permanecer parados largas horas o caminar en cuclillas alrededor del patio o ser despojados de medias y zapatos, sin que nadie, ni ellos mismos, lo consideren el sofisticado equivalente de un latigazo. Una convivencia, además, que alienta la rivalidad entre los alumnos, sea en disputa del mérito académico, del simple elogio o de los privilegios del profesor.

Naturalmente, el trasfondo de esta manera de relacionarse es la clase de experiencias pedagógicas que se viven al interior de las aulas. Una es la experiencia típica del sinsentido, donde el alumno sigue una rutina y un conjunto de órdenes cuya última finalidad le resulta borrosa y ajena. Una segunda es la experiencia de la angustia, cuando el profesor decide, por ejemplo, poner el pie en el acelerador sin preocuparse de cuántos se van quedando atrás o cuando elige abreviar explicaciones para ganar tiempo y los alumnos se limitan a anotar con desesperación una seguidilla de palabras que no llegan a entender. Una tercera experiencia es la de la monotonía, cuando se hace obvio para los estudiantes el desgano de su maestro y la reiteración cotidiana de discursos o actividades tediosas, superficiales e irritantes.

Ese es habitualmente el clima emocional del aula, que la torpeza con que se manejan las relaciones humanas no hace más que agravar y que, como es obvio, genera desmotivación y desidentificación entre los estudiantes. Es, por lo tanto, el caldo de cultivo perfecto para toda clase de comportamientos de rechazo, que los adultos se apresurarán a calificar de indisciplina, pero también de aprovechamiento para la construcción de jerarquías de poder que repliquen entre pares el mismo esquema de relación social que se respira en la escuela.

Si el robo o la destrucción de los útiles de unos alumnos por otros, el aislamiento deliberado de algunos, las prepotencias continuas o las calumnias sistemáticas contra los más débiles, no motivan la reacción del maestro a menos que las víctimas hablen, algo que no suele ocurrir en la mayoría de casos, imaginen qué tendría que ocurrir para que el problema merezca la atención del director. En general, la convivencia escolar no está en la agenda institucional, sólo se cuida el orden y se trata de evitar los conflictos, en especial los escándalos, por la vía de la sanción, para cortar cualquier interferencia con las clases y, de paso, cuidar la imagen del colegio.

La formación de los alumnos en el arte de una convivencia basada en el respeto y la colaboración logró hace años entrar en el currículo, pero no en los planes anuales de clase ni en las reales preocupaciones pedagógicas de las escuelas, menos aún en la agenda de las políticas educativas, más afanadas por lo general en que se aprenda a leer, no importa en qué contexto ni a qué costo emocional. Es por eso que no se han producido ni entregado criterios, estrategias ni herramientas formativas que muestren a los maestros la ruta para hacer de las escuelas espacios acogedores y estimulantes para todos, donde se respire confianza y colaboración.

En adelante, una educación escolar que enfatice valores y comportamiento ciudadanos como la que se ha anunciado públicamente no podrá eludir este desafío en sus inevitables complejidades. Las escuelas hoy por hoy no son crisol de una convivencia democrática sino de una convivencia basada en la prepotencia, la discriminación y la imposición del más fuerte. Atacar el problema sólo por sus síntomas y no por sus raíces sería un error. El bullying, por su gravedad y su extensión, merece un abordaje profesional serio y cuidadoso, como lo merece el pandillaje escolar y el acoso o el abuso sexual en las escuelas, porque sus víctimas necesitan ayuda rápida, efectiva y especializada. Pero también los agresores, cuya actividad necesita ser cortada de inmediato, y que siendo también niños pueden ser rescatados del círculo de la violencia y la distorsión moral. En este contexto, responder con el garrote no ayuda en nada.

Hay que hacerse cargo de los males que produce una escuela vertical, rígida e impersonal, poco atractiva para niños y jóvenes, oscura y hostil hasta el extremo en muchos casos, pero hay que impedir también y sobre todo que los siga fabricando. Es por eso que una política de educación ciudadana para el sistema escolar va a requerir sin duda alguna y con urgencia, un programa de reforma institucional de las escuelas, que convierta el respeto al derecho propio y ajeno en una experiencia vital y que apunte a convertirlas, como solía decir la UNICEF de Colombia en los años 90, en lugares acogedores, alegres y bulliciosos, donde todos aprendan y puedan hacerlo con placer.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Los que Destruyen Monumentos

En los últimos días se han reportado varias noticias de personas que por X o Y razones, han destruido el patrimonio histórico y cultural. La última que he leído es la del complejo arqueológico de Pucará, en Puno, donde se han destruído nueve piedras, pero si uno hace una busqueda en la web saltan infinidad de noticias parecidas, desde pobladores que contratando un caterpillar destruyen una huaca para dejar planos los terrenos e invadirlos o ladrones que roban y destrozan los bienes de las iglesias (incluída la Cruz de Motupe) hasta un director de colegio que por construir un comedor daña restos arqueológicos que se encontraban dentro del plantel, pasando por supuesto por colegiales despreocupados y "graciosos" que tiran piedras a las ruinas, las pintan o graban sus nombres en ellas.

¿Pero son las personas las únicas culpables? Fíjense por ejemplo en esta noticia. Aunque por supuesto es de lamentar que la gente tenga este tipo de comportamiento, yo no se si llamaría a estos chicos "desadaptados". Los medios (y en general la opinión pública) siempre quieren colocar el problema en el individuo, como si se tratara de una patología de conducta de personas a las que les falla algo. Nunca o casi nunca ponen el ojo en la deficiente educación recibida, la que no ha formado en estas personas las sensibilidades y valoraciones que ahora se les reclaman. Por supuesto, no estoy exonerando a la gente de la agencia y voluntad personal, uno siempre es responsable de lo que hace, no tengo dudas sobre esto. Pero nadie nace amando su patrimonio, apreciándolo, queriendo conservarlo. Al contrario, hay que trabajar mucho, en la familia y en la escuela, para que estos valores las personas puedan ponerlos por encima de necesidades fundamentales insatisfechas (como no tener un lugar para vivir), del afán de lucro personal (como querer negociar con los terrenos), de la presión de pares (como es común entre adolescentes) o simplemente del placer irresponsable de pasar un buen rato con los amigos y perennizarse dejando huella (el nombrecito grabado, en este caso) en algun lugar.

He tocado estos temas antes, aquí por ejemplo en relación al ataque a Chan-Chan. Recuerdo que en esa ocasión me buscaron de un periódico local para que opinara sobre el caso, y los periodistas me insistieron hasta el cansancio para que yo diagnosticara el "tipo de problema de personalidad" que tenían esos muchachos. Obviamente me negué, porque el problema para mi es fundamentalmente de socialización, no de patología individual o de tipo de personalidad, pero quiero resaltar que el percibir a estos chicos casi como delincuentes o como poseedores de algún rasgo psicopático que los hacía diferentes a los demás fué la inclinación del periodista, quien se mostró realmente resistente a enfocar el problema como uno de fracaso educativo.

No se respeta el patrimonio por decreto. Lo he dicho antes en este blog. Estos chicos no son desadaptados sino un producto lamentable de nuestro sistema educativo.

Del
Blog de Susana Frisancho
Desarrollo Humano, Constructivismo y Educación

lunes, 1 de agosto de 2011

Educar es Complicado, Sí Señor

Los detalles de la historia que les voy a relatar no nos son desconocidos, pero ocurre que no siempre se nos cuentan juntos. Rubén es un profesor joven y entusiasta que sabe debe posibilitar a sus alumnos un conjunto amplio de aprendizajes en diferentes ámbitos: el lenguaje escrito y la comunicación, la matemática, el desarrollo socio personal, las ciencias, el medio ambiente, la expresión artística y el desarrollo corporal.
Estos resultados, a su vez, deben ser logrados en diez meses y en grupos de 30 niños y niñas, en promedio, diversos en sus temperamentos, intereses y preferencias, en sus aptitudes, capacidades, inteligencias y en sus estilos de aprender, para no mencionar diferencias en sus historias personales, en su sensibilidad, en sus valores y en muchos lugares del país, hasta en su idioma. Niños que, además, en razón de su edad y su naturaleza, tienen necesidades de expresión, exploración, interrogación, vinculación, comunicación y autoafirmación, que se manifiestan de distinta forma según las características de cada uno, pero que todos buscan satisfacer instintivamente de un modo u otro.
Estos niños pertenecen, además, a un pueblo y una cultura. Hoy se reconoce la enorme gravitación de las realidades locales en el proceso formativo de los niños. Las experiencias, directas o indirectas, en que participan al interior de la vida social, cultural y productiva de sus comunidades, tanto en su vida cotidiana como en periodos y coyunturas de la historia local, influyen en sus percepciones y valoraciones, induciendo actitudes y moldeando comportamientos. Adicionalmente, su grado de conexión con realidades menos inmediatas, a nivel de la región, el país y el mundo, posibilitadas por los medios de comunicación, les permite vivir otro tipo de experiencias no menos significativas, más allá de nuestro acuerdo o desacuerdo con la influencia que ejercen sobre sus maneras de actuar y de pensar.
Para cumplir su rol y sus objetivos, Rubén debe moverse en medio de las múltiples diversidades del aula y la realidad social, lo que le exige manejar un conjunto de conocimientos no sólo concernientes a su profesión sino a las personas con las que interactúa y a su cultura. Pero necesita exhibir también competencias en ámbitos clave como el diagnóstico de las necesidades y posibilidades de los niños, la planificación, la conducción propiamente dicha de los procesos de aprendizaje, el manejo de conflictos en la relación humana, la evaluación del rendimiento, la promoción de la participación de los padres de familia y la comunidad en el proceso de sus niños.
En particular, el manejo de los procesos de aprendizaje le exige hoy a Rubén saber promover la participación del grupo y su reflexión continua, a fin de asegurar la comprensión; atender y adecuarse a todas las diferencias; responder con flexibilidad a las situaciones inesperadas; organizar tanto su aula y el tiempo como la contribución de otros actores al desarrollo de las actividades; comunicarse de manera efectiva, sostener la motivación de todos todo el tiempo; y hacer uso óptimo de una gran variedad de métodos y recursos didácticos en función de cada necesidad. Y necesita saber hacer todo lo anterior, vinculando de manera constante los aprendizajes y las experiencias pedagógicas con la realidad social y cultural de sus estudiantes.
El problema de Rubén es que necesita desempeñarse de esta manera al interior de instituciones cuyas regulaciones y tradiciones descansan en premisas ajenas e incluso contradictorias con un tipo de quehacer pedagógico que reconoce la complejidad del hecho educativo, valora las diferencias y trabaja a partir de ellas. En general, todos los espacios de educación formal que forman parte de un sistema nacional suelen no sólo estar cerrados a la realidad y el entorno sino que, organizados al estilo de una cadena de montaje industrial, inducen al docente a homogeneizar objetivos, procesos y resultados, a fin de simplificar el funcionamiento de la organización y facilitar su control. Con el peso de esta cultura institucional sobre sus espaldas o en constante pugna por cambiarla, el ejercicio profesional de la docencia supone para profesores como Rubén aprender a nadar contra la corriente.

En este panorama, quienes insisten en reducir el ejercicio de la docencia a la presentación didáctica de un conjunto de proposiciones de la ciencia y la cultura, lo hacen desde su desconocimiento de las complejidades del hecho educativo y de los procesos que supone el aprender. Preocupa que estas simplificaciones y reduccionismos sigan dominando hoy en día la percepción del ciudadano común, porque rebaja sus expectativas y demandas de calidad a la educación; preocupa que dominen la noción que muchos maestros tienen todavía de la docencia, porque los lleva a enseñar a ciegas sin ninguna aprensión por los resultados de su trabajo; pero decepciona e indigna que dominen también la visión de los responsables de la política educativa, porque en base a ella es que deciden el destino de los recursos públicos hacia medidas inútiles o de limitada efectividad.

La formación en servicio y el acompañamiento pedagógico a los docentes, en particular, son dos políticas que necesitan ampliar sus énfasis. A la luz de lo expuesto en este artículo, propongo cuatro: 1) el dominio de las competencias necesarias para obtener aprendizajes de calidad en otras áreas del currículo más allá de la lectura y la matemática; 2) el manejo de la diversidad en el aula, tanto a nivel de las capacidades como de las identidades de sus estudiantes; 3) el vínculo entre los procesos pedagógicos y las múltiples posibilidades que ofrecen sus contextos mediatos e inmediatos; 4) la gestión flexible del tiempo y el horario escolar, así como de las diferentes condiciones de aprendizaje que requiere atender las distintas necesidades de los niños.
Abordarlos supone, naturalmente, una comprensión cabal y no superficial del desafío que representa cada uno de ellos, así como una preparación adecuada de formadores y acompañantes. Ignorarlos siempre será más fácil y sin duda más económico, pero no más efectivo, en especial para los que buscamos no sólo mejorar promedios de rendimiento escolar en una prueba externa, sino elevar el nivel de profesionalidad de docentes como Rubén y la calidad de la formación de los niños.

lunes, 25 de octubre de 2010

Los Padres y su Rol de Vigilancia en la Educación Inicial de sus Hijos

Quiero alentar a los padres de familia a que asuman de mejor manera su rol de vigilantes de los procesos educativos de sus hijos. Esto es muy importante en todos los niveles, pero quizá especialmente en la educación inicial. No puede ser que existan centros en los que se castiga a niños de 3 a 5 años a permanecer largos minutos de cara a la pared, o donde los profesores los dejan sin recreo. Ninguna razón justifica que un niño tenga que pasar por esas experiencias, pero menos aun razones "académicas" como que el niño no sepa leer o tenga mala caligrafía; ni leer ni escribir (menos aun con buena caligrafía!!) tendrían que ser parte de la curricula de la educación inicial y no deberían forzarse en niños tan pequeños. Si el niño escribe o lee de manera natural porque está interesado en hacerlo, en buena hora, pero forzar los procesos solo traerá consecuencias negativa a corto y largo plazo. Pretender que el niño "salga de inicial leyendo y escribiendo" no debería ser una meta ni de los padres ni de los maestros.

¿Y cómo puede ser que en inicial se dejen abrumadoras cantidades de tareas?... me cuentan de un caso en que a un niño de 5 años le dejan de tarea un promedio de 5 hojas cada día, con lo que solamente se ha conseguido que el niño odie la escritura. Algunas actividades cortas y agradables pueden trabajarse en casa, pero 5 hojas de escritura para un niño tan pequeño que no está preparado para desarrollarlas se convierten en un suplicio y una experiencia por lo general aversiva y frustrante. Hay que recordar siempre que la educación inicial no debería estar basada en trabajos de lápiz y papel.

Para los psicólogos poco familiarizados con este tema o para padres no especialistas que deseen conocer más, yo recomiendo mucho este libro, que es una versión más actual de Niños pequeños en acción. Manual para educadoras, un libro excelente que ha estado vigente por más de veinte años y que da pautas e ideas precisas para la educación pre-escolar:

M. Hohmann y D. Weikart (2005). Educación de los niños pequeños en acción. Manual para profesionales de educación infantil. México: Trillas

Es lamentable que existan profesoras y psicólogas que no entiendan que la educación inicial debe ser una experiencia activa, lúdica y sobretodo, muy agradable para los niños. No es una carrera loca por ver quien logra hacer las cosas más tempranamente ni una competencia darwiniana entre los niños. Sin embargo, como lamentablemente aun hay muchas escuelas en las que el desarrollo infantil no se conoce o no se valora, animo a los padres a tomar mayores acciones y a velar porque sus hijos no sean sometidos a esta clase de experiencias.

Otras entradas en este blog sobre la educación inicial, aquí y aquí

Del
Blog de Susana Frisancho
Desarrollo Humano, Constructivismo y Educación

Buen Inicio en la Escuela: del Dicho al Hecho

Jesús enseña en el sexto grado de una escuela pública. Al cabo de seis años, el 2011 le tocará regresar al aula de primer grado. A Jesús no le agrada volver a enseñar a niños tan pequeños, se impacienta con facilidad y él lo reconoce. Pero es su turno, y en esa escuela los turnos se respetan. Jesús es un apasionado de las ciencias y la matemática, enseñar a leer y escribir, en cambio, no es su fuerte y no lo disimula. Las características de este profesor son bastante conocidas por sus colegas y no han sido ignoradas por los directores que ha tenido esa escuela en los últimos seis años. Pero es su turno, y en esa escuela los turnos se respetan.

Acompañar a «la promoción» desde que inician hasta que terminan la primaria, es una antigua costumbre que las reformas curriculares iniciadas en los años 90 buscaron cambiar. La idea era especializar docentes en la enseñanza de primero y segundo, de tercero y cuarto, así como de quinto y sexto grados. Se asumía que dos años era el tiempo mínimamente necesario para que los niños adquieran y maduren las habilidades demandadas por el currículo; y que los profesores deberían desarrollar capacidades específicas para asegurar esos aprendizajes dentro de cada ciclo temporal.

Interesaba sobre todo que los docentes asignados a primer y segundo grado fuesen los mejores. En sus manos estaba el éxito o el fracaso de la alfabetización lectora, matemática y emocional de los niños. En esto enfatizó el Proyecto Educativo Nacional y toda la experiencia internacional convino en la necesidad de que los primeros grados sean encargados a los docentes más competentes. Había, de todos modos, que capacitarlos y certificarlos en su aptitud para cumplir ese delicado rol.

Patricia Ames, destacada antropóloga peruana, visitó 12 escuelas ubicadas en distintas zonas y regiones del país, dando cumplimiento a un ambicioso proyecto de investigación denominado «Niños del milenio». En ninguna de ellas encontró una enseñanza organizada en ciclos, ni cuidado alguno en la selección y preparación de los maestros a cargo del primer y segundo grado. Por el contrario, el primer grado solía ser el «castigo» asignado al docente recién llegado. Digamos que en todas estas escuelas la enseñanza discurría igualito que en la escuela de Jesús.

No es este el único caso en que una norma importante como el currículo establece lo que otros actores deben hacer, sin que los implicados lo sepan, lo entiendan o se sientan en condiciones de asumirlo. La película es bien conocida. Escena 1: la norma dispone una manera de proceder que contradice viejos hábitos en las escuelas. Escena 2: como la costumbre pesa más que la ley -algo bastante sabido en el mundo del derecho- los profesores siguen haciendo lo de siempre. Escena 3: la autoridad o mira para otra parte y simula que todo está en orden o acusa al profesor de desacato y se lava las manos. Ahora bien, la película sobre el currículo ya es antigua y, a juzgar por los hallazgos de Ames, le quedan pocos espectadores.

Como esta idea no pegó, hay quienes piden consagrar su fenecimiento, regresando al sistema de grados y resignándose a la enseñanza de la lectura. Así, se asume que lo que fracasó ha sido la apuesta por una escuela capaz de enseñar a los niños a pensar y resolver problemas, un aprendizaje que requiere tiempo y perseverancia, y no el de una manera de entender la política curricular. Para que la norma salga del papel, hay que construir las condiciones y remover los obstáculos que haga falta, en vez de crear más normas y sentarse a esperar que otros las cumplan. Mientras esto no ocurra, el currículo seguirá en la nevera y profesores como Jesús seguirán rotando sus turnos en automático hasta el fin de sus días.
Por: Luis Guerrero Ortiz



Malos Ejercicios para Niños en los Libros de Texto

No me considero especialista en producir textos escolares a pesar de que he colaborado en la preparación de algunos. Sin embargo, siempre he pensado que hacer las tareas que proponen los libros de texto a los niños no tiene que ser una experiencia penosa, aburrida o frustrante. Al contrario, debería ser para el niño un momento de aprendizaje que se asuma con motivación, interés y agrado.

Pero miren esta tarea de pensamiento analógico en un texto de 2do grado:

analogia 1
analogia 2

Las imágenes no son muy buenas, las tomamos a la volada, pero aun se puede ver de qué se trata. El niño tiene que razonar analógicamente: profesor es a colegio, como doctor es a hospital. Pues bien, la expresión "es a..." no tiene mayor sentido para los niños. Paulo, que es bueno con palabras, tuvo muchas dificultades para entenderla. Nadie habla así a los 7 años, y lograr abstraer lo que tienen de común un profesor y un doctor en relación al lugar dónde más frecuentemente desarrollan sus labores no es tan sencillo como parece para niños de esa edad. Peor aún si la tarea varía de dibujo a dibujo, en uno deben completar la frase a la derecha, en otros a la izquierda; en algunos casos solo deben poner el sustantivo (profesor, doctor), en otros deben incluir el "es a....". Conclusión: la tarea no tiene una consigna clara, presenta interferencias absurdas que pudieron evitarse, tiene una dificultad intrínseca para los niños de esa edad (7 años, 2do grado), y termina siendo aburrida y con poco sentido para ellos. Quizá si se modela en aula la manera de abordarla los niños no tendrían tantas dudas al momento de resolverla. No sé si en este caso la profesora lo hizo.

En este otro ejercicio la secuencia es contraintuitiva, el niño está acostumbrado a pasar de un renglón al otro, como cuando se lee un libro, no a seguir la línea de atrás hacia adelante y por lo tanto, el orden que siguen estas imagenes interfiere con su comprensión de la tarea. Debo decir que ni yo misma me dí cuenta de los números que tiene el dibujo y que indican el orden a seguir. Simplemente son tan pequeños, y el hábito de leer de izquierda a derecha es tan fuerte, que no funcionan en absoluto. Además, el poner las palabras en ese orden hace que las sílabas que deben completarse no sigan inmediatamente a la que se ha de escoger para completar, y eso le añade una dificultad de ubicación espacial mayor (digamos: completar la palabra parra con la PA de ropa es más fácil si la primera palabra es ropa y la segunda parra que si están puestas al revés). Por lo tanto, una tarea sencilla como es completar palabras con sílabas faltantes se convirtió en algo con poco sentido, e innecesariamente complicado. Vean la figura:

orden inverso
Como acabo de explicar, en este caso lo que el niño debía hacer es completar cada palabra con la última sílaba de la anterior. Lo intentamos (a pesar de que por la posición inversa de los cuadros la tarea ya resultaba un poco confusa), pero al unir una sílaba con la otra en el caso del juego (tercer dibujo) nos salía taro: Y obvio, no tenía sentido, aquí en el Perú a ese juego se le llama ludo... Podía aceptar quizá el término que usan en España, parchis, pero de ninguna manera taro. Resultó que la palabra correcta era TABLERO pero claro, las instrucciones no decían en ninguna parte que se podía poner una sílaba intermedia entre las dos de los extremos, y a nosotros no se nos ocurrió esa posibilidad. Si los autores del ejercicio hubieran pensado un poco en lo que son los prototipos y los conceptos quizá hubieran seleccionado un tablero más típico y más general, por ejemplo uno de ajedrez que se usa también para las damas y otros juegos de mesa. El del ludo connota mucho el juego mismo, y es mucho más difícil que el niño llegue a la palabra tablero con él.

Otro ejemplo de una dificultad que pudo ser completamente evitada: la última sílaba de la palabra parra debe usarse para iniciar la palabra radio, pero el niño no la considera igual que ra (una sola r), porque se escribe diferente (rra, dos erres). En todo caso, hay que mejorar la consigna y hacerla más precisa, o se deben eliminar por completo estos ejercicios confusos.

Estos asuntos no son menores. Pueden hacer toda una diferencia en la manera en que los niños se aproximan al trabajo escolar, y en su experiencia de aprendizaje. Espero no estar siendo demasiado crítica con este tema, que ya he tocado en alguna otra ocasión en este blog, pero la verdad es que a mí sí me interesa la experiencia educativa que tienen los niños en la escuela y creo que no se les puede someter a libros y a tareas de tan mala calidad.

Hacer materiales educativos para niños es cosa seria, y no se pueden improvisar o plantearse desde intuiciones poco fundamentadas. Los niños tienen derecho a una educación de calidad, que entre otras cosas pasa por la calidad de las tareas con las que se los educa. Aprovecho para hacerle un comercial a la nueva maestria en cognición, aprendizaje y desarrollo que se abrirá en la PUCP en el 2011. Alli abordaremos entre muchas otras cosas, este tipo de temas.

Del Blog de Susana Frisancho
Desarrollo Humano, Constructivismo y Educación

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