
Ahora bien ¿Puede brotar espontáneamente en un niño que mide diferentes cosas o personas de su entorno, utilizando cintas, lanas o sogas, o que agrupa y después dibuja colecciones de objetos, los criterios de altura y longitud o de clasificación? ¿Es a fuerza de pintar y pintar que los niños aprenderán por sí mismos a distinguir la línea, la forma, el volumen, y a utilizarlos para mejorar sus ilustraciones? ¿Escuchar bellas historias de su tradición cultural y responder preguntas para identificar los personajes o el orden de los hechos, va a hacer que surja la comprensión del relato y la capacidad de explicar las distintas situaciones? ¿Participar en algunas campañas de cuidado del medio ambiente, instalará en su mente la capacidad de identificar y explicar los problemas de contaminación o entender la relación entre la biodiversidad y su hábitat?
Es extendida la creencia de que son las actividades concretas que se les manda realizar a los niños las que desencadenan aprendizajes por sí mismas, así no sean capaces de suscitarles «actividad mental» alguna, por no provocarles ninguna curiosidad ni interés. Digámoslo de esta manera: si una experiencia cualquiera, por muy buena o necesaria que le parezca a la maestra, no hace brotar preguntas en los niños, ni la necesidad de explorar e indagar hasta encontrar y después comparar sus propias respuestas, no surgirá el aprendizaje. Por eso la maestra se conformará con hacerles repetir en voz alta lo que debería ser fruto de su reflexión y sus hallazgos, para que puedan después recordarlo. Y si ocurre, creerá que aprendieron.
¿Se dan cuenta que el mágico poder que se atribuye a las actividades, más aún si han sido seleccionadas con anticipación y se ejecutan tal como se planificaron, convierte al docente en un simple animador y organizador? No sólo está excluida su intervención pedagógica para posibilitar que los niños reflexionen la experiencia, sino que ni siquiera necesita estar atento a lo que pasa por su cabeza. Le basta que la actividad se haga bien. Si alguna vez se tropiezan con una docente que actúa así, sugiero que le digan con afecto: ¡Trácate… eres maestra!
(1) Janosch (1986), «¡Trácate… eres un oso!», Editorial Veo-Veo. Mi Primera Enciclopedia. Nº 13
Por: Luis Guerrero Ortiz
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