lunes, 25 de octubre de 2010

Copistas Impecables o Escritores Creativos: He Ahí el Dilema

Luis Mario era un joven huérfano que vivía con sus abuelos en un pequeño caserío rural y se ganaba la vida vendiendo los productos de su huerto y su ganado. Un día, un aburrido Luis Mario, de regreso del pastoreo habitual, echó de menos dos cabras. Guardó el ganado restante y salió a caballo en busca de las extraviadas en medio de una noche oscura. Llamó su atención una luz tenue y distante, a la que se fue acercando lentamente hasta descubrir con asombro que era un inmenso baúl repleto de oro el que ardía. Sus dos animalitos perdidos estaban también allí. Luis Mario apagó el fuego, cargó el extraño baúl sobre el caballo y emprendió el camino de regreso, excitado de felicidad, olvidando a sus pequeños animales. Pero una luz tenebrosa iba tras él y las siluetas de dos cabras lo seguían.

La sencilla y excitante historia de terror que acabo de resumir fue escrita por una niña de 13 años, Yuvixa Véliz, de la escuela rural 14811 en La Libertad. Ella jamás habría podido crear un relato como este si se hubiese tropezado con profesores que, como dice Emilia Ferreiro en extensa entrevista concedida a Página 12, parten de la suposición de que todos los niños que reciben son «oficialmente ignorantes» o que saben cosas irrelevantes en relación al aprendizaje escolar. No es el caso, por suerte, de Ana Silvia Juárez Jaramillo ni de los «Maestros sin Fronteras», la red educativa que ella coordina en el distrito de Lancones, de esa región norteña. Ellos sí están convencidos de que los niños y adolescentes que se educan en las escuelas de esa localidad rural son portadores del saber de un pueblo con identidad.

Citando sus propias palabras, estos maestros sienten a sus alumnos capaces de «traspasar las fronteras del ingenio y la creatividad», amalgamando tradiciones, fantasías y emociones para producir literatura de un modo ejemplar y motivador de sucesivas generaciones. Estas altas expectativas depositadas en las posibilidades creativas de sus alumnos en el ámbito de la escritura los ha llevado incluso a publicar un libro de casi 200 páginas repletas de cuentos redactados de puño y letra por estudiantes de primer grado de primaria a tercero de secundaria.

«Todos hablamos del respeto hacia la infancia, dice Emilia Ferreiro, pero el respeto más difícil es el respeto intelectual». Si estamos convencidos del valor del saber de un niño y de su capacidad de producir intelectualmente, no podemos permitir que la ortografía frene el acto creativo. «No es un pecado capital cometer un error de ortografía, dice Emilia, pues en muchos casos la ortografía es inhibitoria». La Ferreiro es muy clara: «Si un chico no escribe porque tiene miedo de cometer un error de ortografía, yo prefiero distenderlo y que escriba, porque además sé que hoy día hay otros recursos para controlar la ortografía». No es que no importe el uso adecuado del lenguaje, pero «no pongamos todos los aspectos formales por delante porque eso no introduce bien a la cultura escrita», señala Emilia.

¿Cómo controlar entonces la ortografía de un texto? Según Eduardo Galeano, leerlo en voz alta va a revelar su grado de armonía, la cadencia del relato va a permitir corregir la puntuación y las palabras altisonantes. La lectura de un texto bien escrito, dice Galeano, debe producir melodía. Emilia también piensa que la ortografía puede surgir más fácilmente en la revisión que en la producción; y que formar escritores autónomos supone permitir que cada uno se haga cargo de la revisión de su propio texto antes de hacerlo público. Mientras el docente conserve para sí mismo el rol de corrector, dice Ferreiro, los niños jamás se harán responsables de los textos que producen. Por fortuna, Ana Juárez y sus «maestros sin fronteras» nos devuelven la esperanza de una escuela capaz de producir no copistas impecables sino escritores genuinamente creativos.

Por: Luis Guerrero Ortiz



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