Miyamoto Musashi,
uno de los guerreros más famosos de la historia japonesa, fue a la vez
autor de uno de los libros sobre estrategia más extraordinarios después
de «El arte de la guerra», del general Tzun Tzu. A pesar de los 4
siglos transcurridos, el Go-rin-no-Sho o «Tratado de los 5 círculos» (o
los 5 anillos según ciertas traducciones), sigue brillando por la
lucidez y la sabiduría de una auténtica propuesta de autoformación para
las personas con aspiraciones, que buscan construirse en la vida un
camino que los conduzca a sus metas, aun a sabiendas de los obstáculos,
distracciones y oposiciones con los que van a tropezarse sin duda
alguna –dentro y fuera de sí mismos- y que deberán aprender a anticipar
y vencer con sagacidad y perseverancia.
Leer a Musashi
debería ser en el futuro un requisito obligatorio para participar de la
gestión pública en general, y muy especialmente de las políticas
educativas de una nación. Ocurre que las decisiones más importantes,
aquellas dirigidas no a las dificultades más sencillas de resolver y
que se encuentran a ras del suelo, sino a remover problemas con raíces
más hondas, suelen ser decisiones complejas en su concepción tanto como
en el recorrido que han de sufrir hasta convertirse en acciones y
realidades.
Se trata de
decisiones que deben transitar inevitablemente caminos sinuosos, largos
e interminables, atravesados de senderos que no llevan a ninguna parte,
con zonas iluminadas y estrechos tenebrosos, plagados de personajes
extraños que en cada recodo buscan hacerte desistir o perder el rumbo,
cuando no desvirtuar la razón de tus esfuerzos. Ni más ni menos como el
que emprendió el atribulado y confundido personaje de «La encrucijada»,
uno de los estremecedores cuentos de Julio Ramón Ribeyro compilados en La Palabra del Mudo.
Musashi nos dice
que hay cuatro caminos que podemos transitar en nuestro paso por la
vida: el del campesino, el comerciante, el caballero y el artesano. El
campesino tiene la cualidad de caminar con la mirada puesta más allá
del invierno, con plena conciencia de los cambios de estación y sus
implicancias. El comerciante nunca pierde de vista los beneficios de
sus esfuerzos, pues sabe que depende de ellos. El caballero tiene pleno
dominio de las armas y está listo para usarlas cuando resulte
indispensable. El artesano es eficiente en el uso de sus herramientas y
traza planes meticulosos que luego ejecuta con esmero y paciencia.
Ocurre que si
materializar una decisión está en manos de muchas personas, el riesgo
de que la cadena se rompa o atore en varios puntos del recorrido es muy
alto. Cada paso trae sus propios avatares y exigencias y si no sabemos
enfrentarlos, será muy fácil que alguien pierda el rumbo, es decir, que
se aparte del camino del campesino, el comerciante, el artesano y el
caballero.
Se pierde el
rumbo al interior de una organización, por ejemplo, cuando sus miembros
toman decisiones desaprensivamente, despreocupados de la inestabilidad
de las circunstancias y sin prever las consecuencias; o cuando cumplen
tareas importantes de manera rutinaria e indolente, sin poner atención
ni interés en los beneficios o perjuicios que ocasionan; o cuando
atacan y agreden sin nobleza ni necesidad, en vez de orientar su
energía a derrotar los obstáculos que impiden avanzar; o cuando usan
los instrumentos de trabajo con desidia e impericia, sin mayor cuidado
por los detalles.
El espíritu de
Musashi se alza desde el siglo XVI para aconsejar a la sociedad del
siglo XXI y a sus gobernantes, que las buenas decisiones necesitan ser
vigiladas y acompañadas hasta que logren su objetivo. Esto exige ayudar
a quienes deben convertirlas en realidad a no perder de vista el
horizonte ni el beneficio de su acción, ni su necesario espíritu de
lucha ni la dirección de su fuerza, ni el cuidado por cada borde
construido para que el fracaso no se le filtre por cualquier rendija.
Por no hacerlo así, las políticas públicas en el Perú suelen estar
amenazadas de corrupción, filtraciones, desviaciones, ineficiencias e
inefectividad, convirtiéndose al final del camino en una caricatura
deforme de sus intenciones originales y de la letra de los decretos.
Es por eso que no
basta que la gestión pública sea honesta. Necesita también ser sagaz,
observadora y ágil en el esfuerzo perseverante de acompañar al hilo que
sale de la madeja hasta que enhebre la aguja, y hasta que la aguja
transforme finalmente la tela en un manto multicolor.
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