"El hombre que ha puesto sólo en sí mismo todo lo que lleve a la felicidad o próximo a ella, y no permanece dependiente de la condición de los demás, … éste se halla preparado para la vida óptima; éste es sabio, valeroso y prudente".
"Siempre que me sentía demasiado tenso para jugar bien, lo mejor que funcionaba era recordar simplemente que lo peor -la cosa peor que realmente podía pasarme- era perder un maldito partido de tenis"
A MODO DE INTRODUCCIÓN…
No cabe duda de que nuestras emociones son el motor que nos mueven a actuar. Cada emoción nos predispone de forma diferente hacia la acción. Cada emoción nos señala una dirección, según la experiencia acumulada en el pasado y que ha servido para resolver adecuadamente los innumerables desafíos a que se ha visto sometido el ser humano a lo largo de la historia. Nuestro bagaje emocional responde a una necesidad de superar situaciones y retos, por lo que tiene un extraordinario valor de supervivencia.
De hecho las emociones se han ido grabando en el código genético de la especie humana, integrándose en el sistema nervioso en forma de tendencias innatas y automáticas. Cualquier planteamiento que reste importancia y protagonismo a las emociones está muy alejado de la realidad.
El miedo que nos lleva a apartarnos de una situación de peligro o a proteger a un hijo constituye uno de los legados emocionales con que nos ha dotado la evolución. Así pues, las emociones han sido sabias referencias a lo largo de la evolución de la especie humana. Sin embargo, los continuos cambios a los que nos ha ido sometiendo el progreso han hecho que la sociedad, a lo largo de los tiempos, se haya visto obligada a fijar normas externas destinadas a contener la desbordante marea de excesos emocionales que brotan de lo más íntimo de las personas.
A pesar de todas las limitaciones impuestas por la sociedad, la razón se ve desbordada de tanto en tanto por la pasión, algo intrínseco a la condición humana cuyo origen hay que buscarlo en el sistema nervioso, la arquitectura de nuestra vida mental. Nuestras reacciones no son el fruto exclusivo de un juicio racional o de nuestra historia personal, sino que también parecen arraigarse en nuestro remoto pasado ancestral. Y ello implica necesariamente la presencia de tendencias que, en algunas ocasiones, pueden ser realmente peligrosas para nosotros mismos o para los demás. Con frecuencia, pues, nos vemos obligados a afrontar los retos que nos presenta el mundo actual con recursos emocionales adaptados a las necesidades de un pasado muy remoto.
Así pues, los impulsos emocionales impregnan nuestras conductas. No podemos arreglárnoslas sin ellos aunque podemos hacer mucho por controlarlos. El autocontrol, especie de conversación interior incesante, es el componente de la inteligencia emocional que impide que seamos prisioneros de nuestros sentimientos o emociones, cuando éstas tienden a impedirnos lograr nuestros propios objetivos. ¿Por qué para los profesores/as, como para cualquier persona, es tan importante el autocontrol emocional? En primer lugar, quienes controlan sus sentimientos e impulsos, las personas razonables, son capaces de crear un ambiente de confianza y honestidad. El autocontrol tiene un efecto contagioso. En segundo lugar, el autocontrol es importante por razones de competencia o eficacia. Sabemos que el profesorado convive con los conflictos, surgidos de su relación con el alumnado, la convivencia con los otros profesores/as, y la atención con los padres de los alumnos. A ello se debe añadir la situación de cambio que se está viviendo en el sistema educativo, y la continua renovación de las jóvenes generaciones. Quienes dominan sus emociones pueden adaptarse mucho mejor a las situaciones de cambio, y actúan de forma eficaz en las situaciones de conflicto.
En las dificultades cotidianas resulta conveniente aprender a controlar adecuadamente algunas emociones negativas como son el enfado, la ira, la ansiedad, el temor, el desánimo o la apatía, a fin de ser más eficaz consigo mismo y con los demás, impidiendo que dichas emociones bloqueen o limiten nuestras propias habilidades y capacidades.
Frecuentemente nosotros nos convertimos en nuestros peores enemigos. Nuestras tendencias a reaccionar y a pensar de determinada manera cuando surgen las dificultades y los conflictos pueden perjudicarnos, alejándonos de la consecución de nuestros propios objetivos, contribuyendo a que dichas situaciones de conflicto se compliquen aun más, incrementando nuestro propio malestar, e incluso deteriorando la relación con las personas implicadas en el conflicto. El autocontrol emocional es la habilidad para controlar o reorientar impulsos y estados de ánimo perjudiciales. Refuerza la tendencia a pensar antes de actuar y reservarse los juicios previos.
SÓCRATES
"Siempre que me sentía demasiado tenso para jugar bien, lo mejor que funcionaba era recordar simplemente que lo peor -la cosa peor que realmente podía pasarme- era perder un maldito partido de tenis"
ROD LAVER, ex jugador de tenis
A MODO DE INTRODUCCIÓN…
No cabe duda de que nuestras emociones son el motor que nos mueven a actuar. Cada emoción nos predispone de forma diferente hacia la acción. Cada emoción nos señala una dirección, según la experiencia acumulada en el pasado y que ha servido para resolver adecuadamente los innumerables desafíos a que se ha visto sometido el ser humano a lo largo de la historia. Nuestro bagaje emocional responde a una necesidad de superar situaciones y retos, por lo que tiene un extraordinario valor de supervivencia.
De hecho las emociones se han ido grabando en el código genético de la especie humana, integrándose en el sistema nervioso en forma de tendencias innatas y automáticas. Cualquier planteamiento que reste importancia y protagonismo a las emociones está muy alejado de la realidad.
El miedo que nos lleva a apartarnos de una situación de peligro o a proteger a un hijo constituye uno de los legados emocionales con que nos ha dotado la evolución. Así pues, las emociones han sido sabias referencias a lo largo de la evolución de la especie humana. Sin embargo, los continuos cambios a los que nos ha ido sometiendo el progreso han hecho que la sociedad, a lo largo de los tiempos, se haya visto obligada a fijar normas externas destinadas a contener la desbordante marea de excesos emocionales que brotan de lo más íntimo de las personas.
A pesar de todas las limitaciones impuestas por la sociedad, la razón se ve desbordada de tanto en tanto por la pasión, algo intrínseco a la condición humana cuyo origen hay que buscarlo en el sistema nervioso, la arquitectura de nuestra vida mental. Nuestras reacciones no son el fruto exclusivo de un juicio racional o de nuestra historia personal, sino que también parecen arraigarse en nuestro remoto pasado ancestral. Y ello implica necesariamente la presencia de tendencias que, en algunas ocasiones, pueden ser realmente peligrosas para nosotros mismos o para los demás. Con frecuencia, pues, nos vemos obligados a afrontar los retos que nos presenta el mundo actual con recursos emocionales adaptados a las necesidades de un pasado muy remoto.
Así pues, los impulsos emocionales impregnan nuestras conductas. No podemos arreglárnoslas sin ellos aunque podemos hacer mucho por controlarlos. El autocontrol, especie de conversación interior incesante, es el componente de la inteligencia emocional que impide que seamos prisioneros de nuestros sentimientos o emociones, cuando éstas tienden a impedirnos lograr nuestros propios objetivos. ¿Por qué para los profesores/as, como para cualquier persona, es tan importante el autocontrol emocional? En primer lugar, quienes controlan sus sentimientos e impulsos, las personas razonables, son capaces de crear un ambiente de confianza y honestidad. El autocontrol tiene un efecto contagioso. En segundo lugar, el autocontrol es importante por razones de competencia o eficacia. Sabemos que el profesorado convive con los conflictos, surgidos de su relación con el alumnado, la convivencia con los otros profesores/as, y la atención con los padres de los alumnos. A ello se debe añadir la situación de cambio que se está viviendo en el sistema educativo, y la continua renovación de las jóvenes generaciones. Quienes dominan sus emociones pueden adaptarse mucho mejor a las situaciones de cambio, y actúan de forma eficaz en las situaciones de conflicto.
En las dificultades cotidianas resulta conveniente aprender a controlar adecuadamente algunas emociones negativas como son el enfado, la ira, la ansiedad, el temor, el desánimo o la apatía, a fin de ser más eficaz consigo mismo y con los demás, impidiendo que dichas emociones bloqueen o limiten nuestras propias habilidades y capacidades.
Frecuentemente nosotros nos convertimos en nuestros peores enemigos. Nuestras tendencias a reaccionar y a pensar de determinada manera cuando surgen las dificultades y los conflictos pueden perjudicarnos, alejándonos de la consecución de nuestros propios objetivos, contribuyendo a que dichas situaciones de conflicto se compliquen aun más, incrementando nuestro propio malestar, e incluso deteriorando la relación con las personas implicadas en el conflicto. El autocontrol emocional es la habilidad para controlar o reorientar impulsos y estados de ánimo perjudiciales. Refuerza la tendencia a pensar antes de actuar y reservarse los juicios previos.
Autor: José Carrascosa Oltra
Fuente: http://www.edu.gva.es/per/docs/rlestres_2.pdf
Edita: GENERALITAT VALENCIANA CONSELLERIA DE CULTURA Y EDUCACIÓN.
Dirección General de Ordenación, Innovación Educativa y Política Lingüística.
Servicio de Formación del Profesorado.
Edita: GENERALITAT VALENCIANA CONSELLERIA DE CULTURA Y EDUCACIÓN.
Dirección General de Ordenación, Innovación Educativa y Política Lingüística.
Servicio de Formación del Profesorado.
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