Son mis primeras semanas de clase y noto que sólo diez de mis 40 alumnos sigue atentamente el curso de mis palabras e indicaciones y responde con acierto a mis preguntas. Luego, siento que debo tomar una de dos decisiones: me concentro en el grupo de los más interesados y no pierdo el tiempo con el resto, o reflexiono críticamente sobre mi forma de enseñar, dado que sólo estoy enganchando a una minoría. Muchos maestros toman la primera opción y no modifican un ápice sus planes y rutinas de enseñanza, en la certeza que a los desinteresados les irá mal de todos modos. Algo que, por lo general, en verdad ocurre.
Se han acumulado numerosos estudios que demuestran el significativo poder del prejuicio y la discriminación en el rendimiento de los estudiantes. Es decir, su enorme poder desalentador y destructor de la confianza en sí mismo. Pero hay uno muy importante publicado por UNESCO en enero de este año, que vale la pena recordar a propósito del inicio del año escolar. Me refiero a los resultados del último estudio sobre factores asociados al aprendizaje de 200 mil estudiantes de tercero y sexto grado de primaria, efectuado en 16 países de América Latina y el Caribe, incluido el Perú.
Una de las conclusiones más importantes de esta ambiciosa investigación es que, a pesar de la influencia indiscutible de las desigualdades sociales, lo que ocurre al interior de los muros de las escuelas juega un papel gravitante en el aprendizaje de los estudiantes. Es decir, las experiencias educativas vividas allí adentro, asociadas al clima escolar en primer lugar, se revelaron como el factor de mayor peso en el rendimiento, después del contexto social y cultural. En términos más precisos, el estudio encontró que un buen clima escolar permite anticipar un buen rendimiento académico en la mayoría de casos.
Ahora bien ¿De qué estamos hablando cuando decimos clima escolar? Para el estudio de UNESCO, es el grado en que los niños y adolescentes se sienten acogidos en su escuela y en su salón de clases. El estudio ha indagado, por ejemplo, cómo se sienten en su centro educativo y con sus compañeros de aula, cómo se llevan con sus docentes y si sufren allí experiencias de violencia. Lo que sus hallazgos nos permiten concluir es que se aprende más en las escuelas donde los estudiantes se sienten incluidos y aceptados, recibiendo respeto y cordialidad de parte de sus maestros. Y al revés, allí donde los estudiantes se sientes excluidos, ajenos, subestimados y tratados con poco respeto, se aprende menos.
Está igualmente investigado y demostrado desde hace décadas cómo muchos centros educativos logran mejores rendimientos escogiendo a los estudiantes que consideran más aptos y separando a los menos hábiles. Para segregar a los segundos, como es bastante conocido, sólo tienen que identificarlos a través de una prueba de selección y negarles la matrícula, desterrarlos a secciones de menor jerarquía, o en su defecto enviarlos a la parte de atrás del aula, despreocupándose de ellos. Luego, el rendimiento promedio sube.
Sensiblemente y a pesar de la contundencia de las evidencias, la calidad del clima escolar y del trato entre maestro y alumnos no ha sido nunca objeto de reflexión crítica o de propuestas pedagógicas, ni en los programas de formación docente ni en aquellos dirigidos a mejorar los aprendizajes. Valdría la pena iniciar el 2010 emprendiendo un radical cambio climático en el la sala de clases.
Se han acumulado numerosos estudios que demuestran el significativo poder del prejuicio y la discriminación en el rendimiento de los estudiantes. Es decir, su enorme poder desalentador y destructor de la confianza en sí mismo. Pero hay uno muy importante publicado por UNESCO en enero de este año, que vale la pena recordar a propósito del inicio del año escolar. Me refiero a los resultados del último estudio sobre factores asociados al aprendizaje de 200 mil estudiantes de tercero y sexto grado de primaria, efectuado en 16 países de América Latina y el Caribe, incluido el Perú.
Una de las conclusiones más importantes de esta ambiciosa investigación es que, a pesar de la influencia indiscutible de las desigualdades sociales, lo que ocurre al interior de los muros de las escuelas juega un papel gravitante en el aprendizaje de los estudiantes. Es decir, las experiencias educativas vividas allí adentro, asociadas al clima escolar en primer lugar, se revelaron como el factor de mayor peso en el rendimiento, después del contexto social y cultural. En términos más precisos, el estudio encontró que un buen clima escolar permite anticipar un buen rendimiento académico en la mayoría de casos.
Ahora bien ¿De qué estamos hablando cuando decimos clima escolar? Para el estudio de UNESCO, es el grado en que los niños y adolescentes se sienten acogidos en su escuela y en su salón de clases. El estudio ha indagado, por ejemplo, cómo se sienten en su centro educativo y con sus compañeros de aula, cómo se llevan con sus docentes y si sufren allí experiencias de violencia. Lo que sus hallazgos nos permiten concluir es que se aprende más en las escuelas donde los estudiantes se sienten incluidos y aceptados, recibiendo respeto y cordialidad de parte de sus maestros. Y al revés, allí donde los estudiantes se sientes excluidos, ajenos, subestimados y tratados con poco respeto, se aprende menos.
Está igualmente investigado y demostrado desde hace décadas cómo muchos centros educativos logran mejores rendimientos escogiendo a los estudiantes que consideran más aptos y separando a los menos hábiles. Para segregar a los segundos, como es bastante conocido, sólo tienen que identificarlos a través de una prueba de selección y negarles la matrícula, desterrarlos a secciones de menor jerarquía, o en su defecto enviarlos a la parte de atrás del aula, despreocupándose de ellos. Luego, el rendimiento promedio sube.
Sensiblemente y a pesar de la contundencia de las evidencias, la calidad del clima escolar y del trato entre maestro y alumnos no ha sido nunca objeto de reflexión crítica o de propuestas pedagógicas, ni en los programas de formación docente ni en aquellos dirigidos a mejorar los aprendizajes. Valdría la pena iniciar el 2010 emprendiendo un radical cambio climático en el la sala de clases.
Por: Luis Guerrero Ortiz
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