 «Porque  el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren»  dice una conocida canción de Joaquín Sabina, aludiendo al tamaño de la  angustia que suele acompañar al amor cuando la inmensa necesidad del ser  querido no puede ser satisfecha. «En estos días secos/ en que tu  ausencia duele/ y agrieta la piel/ el agua sale de mis ojos/ llena de tu  recuerdo/ a refrescar la aridez de mi cuerpo/ tan vacío y tan lleno de  vos» dice un poema de Gioconda Belli, ilustrando de otro modo el  sufrimiento asociado al amor. «¿En qué hondonada esconderé mi alma/ para  que no vea tu ausencia?», se preguntaba Borges. «Y no soy yo que sufre  sino el otro/ el mismo mono milenario/ que se refleja en el espejo y  llora» escribía un doliente Jorge Eduardo Eielson, herido de nostalgia.
«Porque  el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren»  dice una conocida canción de Joaquín Sabina, aludiendo al tamaño de la  angustia que suele acompañar al amor cuando la inmensa necesidad del ser  querido no puede ser satisfecha. «En estos días secos/ en que tu  ausencia duele/ y agrieta la piel/ el agua sale de mis ojos/ llena de tu  recuerdo/ a refrescar la aridez de mi cuerpo/ tan vacío y tan lleno de  vos» dice un poema de Gioconda Belli, ilustrando de otro modo el  sufrimiento asociado al amor. «¿En qué hondonada esconderé mi alma/ para  que no vea tu ausencia?», se preguntaba Borges. «Y no soy yo que sufre  sino el otro/ el mismo mono milenario/ que se refleja en el espejo y  llora» escribía un doliente Jorge Eduardo Eielson, herido de nostalgia.En  efecto, la angustia de amor existe y puede ser devastadora si no  hallamos la manera de evitar que el dolor por la ausencia o la pérdida  de la persona que amamos, se convierta en desesperación. Gonzalo Varela,  psicoanalista uruguayo, afirma que el amor viene siempre con la  posibilidad del sufrimiento: «La lógica del amor es contradictoria –nos  dice. El sufrimiento no es algo que llega después del amor. Vive con él,  asoma en cada una de sus rendijas». Si manejar esto no nos es fácil a  los adultos, cuánto más difícil podría resultarle a un adolescente que,  por añadidura, carece de espacios y oportunidades para hablar de sus  sentimientos de manera franca y abierta; o para construir explicaciones  razonables a su ocasional infortunio, que no pasen por una minuciosa  destrucción de sí mismo. 
Enamorarse  es un presagio gratis/ una ventana abierta al árbol nuevo/ una proeza  de los sentimientos» escribía Mario Benedetti, «por el contrario  desenamorarse/ es ver el cuerpo como es y no/ como la otra mirada lo  inventaba/ es regresar más pobre al viejo enigma/ y dar con la tristeza  en el espejo». En efecto, es la imagen de uno mismo la que se desmorona  cuando el amor se esfuma o se queda atascado en una zarza incomprensible  y, con ella, la confianza en la posibilidad de amar o ser amado. ¿Quién  puede ofrecerle a un muchacho enamorado un espejo distinto en el  momento justo en que este derrumbe se produce? 
Roland  Barthes, escritor inglés, decía que la experiencia amorosa durante la  adolescencia «nace, crece, hace sufrir y pasa», pero –al menos en las  sociedades urbanas- nos hace atravesar un umbral del tiempo, que deja  atrás a la niñez y nos coloca en un camino sin retorno. En ese mismo  sentido, Louise Kaplan, psicoanalista norteamericana, sostenía que la  adolescencia suponía el «complejísimo drama de pasar de una zona de la  existencia a otra».
Ahora bien, el currículo escolar dice que los adolescentes deben aprender a reconocerse  como sujetos merecedores de afecto y de respeto, a valorarse  positivamente, a afianzar su identidad y su autoestima, a expresar con  claridad sus sentimientos, ideas y experiencias, así como a resolver dilemas.  ¿Quién y dónde prepara a los maestros para hacerse cargo de  aprendizajes como estos, que no están asociados al dominio de  determinadas habilidades básicas, sino más bien al crecimiento personal?  ¿Quién los prepara para hacerlo además en el instante en que la  confianza desfallece y el dolor busca gobernar los propios actos?
«Es  el amor adolescente que ha llegado/ como un caballo desbocado y loco»  canta José Luis Perales. Bienvenido sea siempre. Pero alguien tendría  que grabar con mano sabia en la montura de aquel potro indoblegable este  poema de Whitman, para leerse y releerse en tiempos de tormenta: «y  digo a cualquier hombre o mujer/ que tu alma se alce tranquila y serena/  ante un millón de universos».  
Por: Luis Guerrero Ortiz
 




