Primer acto: Has lo que vieras. Juana ha venido recibiendo capacitación desde hace varias semanas, pero no termina de entender bien cómo emplear las nuevas metodologías que le proponen para que sus alumnos desarrollen competencias lectoras. Quizás le incomoda tener que emplear un método distinto al que ha usado siempre, pero no lo dice. Ahora bien, Juana es pragmática y no se hace problemas. Pregunta entonces a sus colegas qué tiene que hacer y ellos le indican. Juana toma nota y hace después en el aula lo que le dicen al pie de la letra. Transcurre el año, sin embargo, y sus alumnos no muestran progresos. Cuando le piden una explicación ella dirá que no es su culpa, pues ha hecho lo mismo que sus demás colegas y ha replicado fielmente todo lo que le indicaron en la capacitación. Juana recuerda siempre lo que le decía su abuela: allí donde fueras, has lo que vieras.
Segundo acto: Quizás no sirva pero es más simple. A Pedro, profesor de química, le han sugerido que organice a sus estudiantes en grupos y les pida elegir un tema de investigación. Así lo hace, aunque con cierto temor por ser la primera vez que hará algo como esto en su clase. Pero sus alumnos no se ponen de acuerdo con facilidad, hacen ruido, hay movimiento en el aula. Cuando por fin llegan a algo, los grupos constituidos atacan al profesor con preguntas sobre sus respectivos temas. Pedro se mortifica, se siente desbordado y cancela de manera abrupta este primer ensayo de trabajo autónomo. Conserva los grupos, pero será él quien decida ahora el objeto a investigar. Luego, anuncia el mismo tema para todos. Sus colegas lo cuestionan después, pues ese procedimiento mató la motivación de sus alumnos. Pedro lo reconoce, «pero me es más sencillo manejarlo así», les dice.
Tercer acto: Más de lo mismo. Estela tiene tres alumnos que no participan en la clase y suelen permanecer distraídos, con la mirada extraviada. Como a ella le parece mal que se automarginen, les exige que intervengan. Al verse observados, los niños se sienten aún más cortos y se repliegan más sobre sí mismos. La profesora, entonces, los presiona más todavía. Hay otro grupo de niños que no puede hacer bien los ejercicios de matemáticas. Estela piensa que es falta de práctica y les manda más ejercicios. Como los siguen devolviendo incompletos y con errores, les aumenta la tarea. A la profesora también le preocupa que varios alumnos no escriben correctamente, pese a estar en 6º grado. Decide evidenciar sus errores delante de sus compañeros, a ver si así se sienten presionados a poner más cuidado. Pero esto los pone nerviosos y continúan equivocándose. Estela los vuelve a delatar, pues ha resuelto no darles tregua hasta que mejoren.
He aquí tres respuestas fallidas a desafíos comunes en la escuela de hoy. Se trata de respuestas pragmáticas, que no demandan mucha reflexión y que se basan ante todo en un criterio de comodidad personal, no en la búsqueda de lo que más conviene al alumno.
Juana imita lo que ve sin entenderlo ni estar convencida de que sea mejor a lo que siempre hace, y así se evita un problema con la supervisión. Pedro debe elegir entre el entusiasmo de sus alumnos por investigar temas de su interés y su facilidad de manejo de la clase, elige lo segundo y así se ahorra un esfuerzo adicional en la conducción de los grupos. Estela ve que sus respuestas no resuelven sino más bien agravan los problemas, pero cierra los ojos para no tener que pensar en alternativas más exigentes para ella.
Esta preferencia por las alternativas más económicas quizás delate no sólo temor al riesgo, inseguridad o falta de repertorio, sino algo peor: que el eje del quehacer docente está puesto en el cumplimiento ritual e irreflexivo de una actividad y no en asegurar aprendizajes.
Por: Luis Guerrero Ortiz
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